Las playas de Grecia y un paraíso de islas
Gavdos, Karphatos o Rodas cuentan con algunas de las playas de Grecia más bonitas
Me daba un poquito de reparo porque mi nivel de inglés es mínimo y el de griego…inexistente pero las ganas de conocer un país con tanta solera e historia, así como las playas de Grecia…fueron más fuertes. Me habían comentado que el griego es una persona generosa y amable. Y, al menos en mi experiencia, es rigurosamente cierto. No tuve un solo problema con el idioma, se hacen entender como sea: medio inglés, medio señas, medio risas…el caso es que, en todo momento, me sentí cómoda y relajada yendo de un lado a otro.
Qué puedo añadir que no se haya escrito sobre Atenas, una de las ciudades mas antiguas del mundo, y, posiblemente, una de las más importantes cunas de la civilización tal como la entendemos en la actualidad. Solo la ingente cantidad de restos arqueológicos que tiene ya son, por si mismos, un tremendo reclamo. La subida al Partenón es, sencillamente, de ensueño.
Pero yo en aquellos momentos iba huyendo del ruido de la gran ciudad, necesitaba sentir un entorno en paz y equilibrio por eso, lo que realmente necesitaba de Grecia era su mar; esas playas de Grecia cuyos límites no he sabido nunca distinguir pero que tan fascinada me tenía cuando miraba en internet; Jónico, Mediterráneo, Egeo… para mi todos son igual de cristalinos e igual de misteriosos. No era fácil elegir entre los cientos de islas habitadas (¡la locura de casi 6000 islas en total…!), especialmente cuando mi intención, era evitar las más conocidas y turísticas –tipo Santorini, Mikonos, Milos- y no porque fueran a defraudarme, sino por esa necesidad de aislarme y encontrar rincones lo más deshabitados posible, que he comentado.
Es evidente que, si queremos alcanzar ese “nirvana”, debemos pagar el peaje de la dificultad, tanto en el transporte, como en el tiempo que dedicaremos para poder llegar hasta él. De hecho, en una ocasión me tuve que quedar más tiempo del previsto, porque se levantó un pequeño temporal. A poquito que esté revuelto, no sale ningún barco. Pues bien, tras un par de días en Atenas, reservé vuelo a Rodas para, desde ahí, intentar “encajar” la isla que, por encima de todo, quería conocer: la isla de Gavdos… nada más y nada menos que la cueva de Ulises…
Pero vayamos por partes: de verdad que no me extraña que Rodas esté “devorada” por el turismo… es un lugar absolutamente bello, increíble, majestuoso… y eso que solo pude visitar una mínima parte. Su casco antiguo me dejó con la boca abierta porque no me esperaba que la Edad Media se mantuviera tan intacta en una isla tan aparentemente apartada. Es luminosa, vibrante, alegre… si es posible utilizar el calificativo de “feliz” para un lugar… Rodas es un lugar muuuy feliz. O al menos, así lo dejan traslucir su luz, su ritmo y sus gentes.
Tres días después ya estaba a bordo de un ferry que me llevaría a Karpathos. Al parecer fueron cerca de diez horas en el barco, pero puedo asegurar que se me pasaron volando. Sé que no soy objetiva… para mí el trayecto es, a veces, más fascinante que el destino. Mar, mar, playas de Grecia…mis ojos estaban llenos de mar…y eso es, en sí mismo, un lujo. Llegué a Karpathos y lo primero que recibe la vista es el puerto, una preciosidad de ensenada que se presenta como adelanto de lo que te espera cuando bajes del barco…. Es una isla tan bonita, tan curiosa, tan ajena al paso frenético del mundo actual… A veces pienso que Grecia nació para incitar al ser humano a reencontrarse con la raíz de su origen. No es posible que todo en ella sea tan motivador… En aquellos momentos (y no hace más de tres años), había tan poca masificación que ni tan siquiera tenía alquiler de coches. Me moví el primer día con bus, y a partir de ahí la bici y un taxista, amigo del dueño del hotel en el que me alojé, fueron mis vehículos durante los tres días que me quedé en esta impresionante tierra. Y sí, es cursi, pero confieso que algún atardecer en aquellas playas de Grecia, de fotografía imposible, lloré… es emocionante ver, sentir, oler con esa intensidad… ¿cómo puede existir algo tan bonito? Karpathos cumplió sobradamente todas mis expectativas.
Y por fin, llegaba el momento del destino para el que me había programado aquella pequeña ruta: Gavdos. Estaba emocionada con la expectación que me producía… pero… llegar al paraíso no es fácil. La única forma de entrar a la isla era desde Creta y además, el único barco que salía por la tarde, no lo hacía a diario y tampoco si hacía mal tiempo… Por tanto, me tocaba valorar y poner en la balanza de mis prioridades si me merecía la pena incluso, con la posibilidad de no llegar por mal tiempo: era un ferry de Karpathos a Creta que duraba aproximadamente 10 horas; al día siguiente otro ferry de Creta a Gavdos… ¡Pues claro que fui! y ¡vaya que si mereció la pena!
Llegas a la isla por la noche, cansada, prácticamente no tiene iluminación y el único bus que te lleva por la isla, solamente para en tres de las playas menos aisladas… pues, con todo…, no me había equivocado: llegas al paraíso. Y yo que pensé que Rodas era bonita… Lo de Gavdos, que cuenta con algunas de las más increíbles playas de Grecia, no lo puedes creer hasta que no estás allí. Apartada del mundo; con un mínimo de habitantes y aún un más mínimo de servicios… Por fin un sitio que se ha quedado anclado en la virginidad de sus playas, de los orígenes, de sus aguas… buahh. Volvería un millón de veces a perderme en este edén único. Tuve la enorme suerte de poder perderme entre sus calas durante cuatro días y me habría quedado una eternidad. Por increíble que parezca había encontrado un rincón en Europa donde aún la masificación humana no ha llegado… Sin proponérmelo viví, en Gavdos, el retiro emocional y espiritual que tanto necesitaba en aquellos días.
Volví a Creta. Mi viaje llegaba a su fin… y cuatro días más tarde estaba de vuelta. Necesité varios días de readaptación a mi ciudad, a mi ritmo, a mi rutina… Aprendí tanto en este viaje que incluso pude comprender porqué los dioses eligieron este lugar para que fuera su Olympo en la Tierra.