Las playas de Portugal esconden lugares recónditos donde sentirse único

 

Si vives en España, las playas de Portugal pueden ser el destino perfecto para unas vacaciones familiares, en pareja, con amigos o un viaje de desconexión

No, no, no… no te lo puedes perder, las playas de Portugal, las tienes que ver. Y si resides en España… ni te cuento, es imposible resistirse a no “pasar” a Portugal. “Pasar…” ¿no te parece un verbo súper chulo para referirse a una frontera? Y es que, en el fondo, es como si atravesases una simple puerta. Pocos planes viajeros hay más apetecibles que perderte por sus carreteras y por el verde constante de esta tierra.

Vistas Zambujeira Do Mar - Playas de Portugal

Zambujeira Do Mar – Pixabay

Debo reconocer que ha sido uno de los destinos que más me ha sorprendido y al que, una y otra vez, quiero volver. Por muchas cosas, pero, especialmente, por su sencillez, por su serenidad y por su silencio. Y no me refiero a la falta de bullicio (que lo tiene…) sino al hecho de ser un país “callado”, discreto… al que parece que nunca se le oye. Cansada de tantos países protagonistas que acaparan la publicidad para el viajero y harta de escuchar tanto destino grandilocuente de nombre impronunciable, me dejé enamorar por esta tierra acogedora y por la hospitalidad de sus gentes. Y, desde luego, no me ha defraudado en ninguna de las escapadas con las que me he dejado sorprender por Portugal.

La primera vez, entré por Badajoz y a muy poquitos kilómetros llegué a Elvas… una pequeña ciudad triplemente amurallada y declarada Patrimonio de la Humanidad. Es… absolutamente bella. El recorrido que me planteé esa misma noche, como primera toma de contacto con el país, fue bastante “conservador” si bien, mi máxima prioridad, era el mar. Todo mi viaje debería estar “pegado” al mar, sabía que haría frío puesto que andaba ya rondando el otoño portugués pero el mar y el contacto con la arena de la playa son siempre, para mí, una necesidad.

Cogí el mapa y puse rumbo a la capital, Lisboa, ciudad costera,  empinada y de callejeo encantador a la que llegué atravesando Estremoz y Évora. Tras un par de días perdiéndome por sus calles y saboreando su peculiar gastronomía, dejé Lisboa para continuar con las siguientes visitas obligadas: Sintra, Cascais, Estoril y Setúbal, ciudades cargadas de historia, de bellísimos paseos, de arte, de gentes hospitalarias y de música evocadora que terminaron reafirmando y confirmando que no me había equivocado de destino. Cada vez me sentía más y más mimetizada con este país.

Me quedaban días y decidí que el mapa ya había cumplido su función, le tiré en el maletero porque ahora tocaba… “perderse”. Preguntando e intentando que el final de mi viaje acabara en la frontera con Huelva, me hice un precioso recorrido por el litoral del suroeste del Alentejo hasta llegar al famoso Cabo de San Vicente; las playas de Portugal que me fui encontrando por el Algarve, tanto las más grandes y conocidas, como las calas más recónditas (de las que, sinceramente, no recuerdo los nombres) fueron para mí, una enorme sorpresa. Francamente, no me esperaba que se conservasen tan “vírgenes”, tan intactas pese al cada vez más imparable turismo. No hay enormes paseos marítimos, ni construcciones demoledoras del paisaje, Burgau, Zambujeira do Mar, Orcedeixe, Rogil o Vila Dobispo… fueron algunas de las más recordadas.

Playa de Burgau - Playas de Portugal

Playa de Burgau – Pixabay

No pude dejar de adentrarme en alguno de los sobrecogedores acantilados, como la Fortaleza de Sagres o el mismo Cabo de San Vicente, auténticos testigos de la provocadora inmensidad del Atlántico. En ellos puedes sentir, oler, medir y hasta tocar lo chiquititos que somos los seres humanos. Es una sensación absolutamente abrumadora.

Y así, en este sugestivo viaje de iniciación por este peculiar país, mis días de vacaciones llegaban a su fin. Era la hora de volver a España pero no pude resistirme a entrar en Faro y pasar mi última noche en Tavira. Creo que esta última ciudad terminó por convencerme de que, lo antes posible, tendría que volver a Portugal. Y así fue. Tres años después inicié recorrido hacia el norte. Si tengo ocasión no podré dejar de comentar mi descubrimiento, entre otros, del bellísimo Oporto o de la curiosa playa de Nazaret. Pero bueno… será en otro momento.