Viajar, experimentar, disfrutar… El tren para llegar a Goa en la India

Empaparse de la forma de vida, y del día a día, de los locales a la hora de viajar es todo un regalo. Hoy os relatamos el viaje en tren hacia Goa.

Tuve que madrugar mucho para coger uno de los trenes que hacían el trayecto Bombay-Goa. La ilusión de conocer, por fin, las playas paradisíacas de Goa sobre las que tanto había leído, consiguió que mi despertar fuese rápido e indoloro. No había empezado a amanecer cuando el Tuc Tuc – con el que había cerrado el día anterior la hora y precio del desplazamiento -, me depositaba a las mismas puertas de la estación. Decidí dar un paseo por el andén disfrutando de una noche despejada y tibia cuando, de repente, me sorprendió un espectáculo con el que no contaba: una manada de perros callejeros, corrían sin rumbo por la estación ladrando, desafiantes, en busca de cualquier comida.

La escena me resultó muy poco tranquilizadora pero he de reconocer que era al único que parecía inquietar aquella jauría perruna; el resto de pasajeros ni si quiera se inmutó. Solo un vejete, con aspecto descuidado y famélico, se armó con un palo largo y astillado al tiempo que una pareja de canes corría desbocada hacía sus “dominios”. No fue necesario el uso de la violencia porque aquellos perros resabiados y, seguramente, con más de un  garrotazo  sobre sus pulgosos lomos cambiaron súbitamente la dirección evitando al barbudo de la estaca.

En vista del ambiente poco festivo que había en el andén, decidí esperar la llegada del convoy, trayecto Bombay-Goa, en el interior de la vieja estación, donde la gente dormía tumbada en el suelo, sin importarles ni la dureza ni la frialdad del mismo. Me recluí en un rincón (intentando que mi presencia de “blanquito” no llamase demasiado la atención) y observé con detenimiento la escenografía de aquel lugar en el que todos sus actores pasaban, por momentos, de ser protagonistas a simples figurantes.

Tren en India_Bombay-Goa_Playea

Photo by Rathish Gandhi on Unsplash

Por fin llegó mi transporte, una vieja locomotora que arrastraba siete desgastados vagones.  Debo reconocer que mi experiencia con los trenes de la India ha sido en todo momento impecable en cuanto a horarios y como era de prever, no tanto en cuanto a comodidad.

Por su aspecto, daba la sensación de que todos los trenes se podían desmantelar en cualquier momento y que, durante el trayecto, acabarían perdiendo piezas hasta quedar su chasis al llegar a destino. El interior “diseñado” con asientos de escay azul “tristón” en los que, sin duda, estaba inserta la huella de cada viajero desde la descolonización inglesa, te sugerían que te cubrieses las partes de cuerpo que quedarían en contacto directo con el material, para que no fueses perdiendo también  por el camino, una oreja  o cualquier otro órgano inherente a tu persona, de los que te hacen la vida más agradable en cualquier otra circunstancia.

Me senté en uno de los asientos pegados a la ventana con la intención contemplar el paisaje durante las más de seis horas de recorrido y súbitamente vi como todos los asientos que me rodeaban, se ocupaban en segundos por personas a los que mi presencia les suscitaba una descarada curiosidad. Enfrente, dos hombres y una mujer se acomodaban rápidamente y me empezaban a sonreír desde el primer contacto visual. A mi izquierda, otros dos hombres más  jóvenes que, al menos, parecían disimular algo su descaro compartiendo sus miradas con las que hacían a sus flamantes móviles de grandes pantallas. El resto del vagón… a media ocupación.

Entendí que eso iba a ser una constante durante el viaje y pensé que era mejor irme acostumbrando a mis simpáticos acompañantes y al inusual olor que acompañaba a alguno de ellos, aquí tengo que aclarar, que salvo algún caso aislado como el que en esos momentos me ocupaba, no tengo nada que objetar a la limpieza de la gente de la India. Muy al contrario; me llamó profundamente la atención, tanto el flamante blanco de las camisas que portaban los hombres como la vistosidad de los colores de los vestidos de las mujeres, siempre perfectos aunque fuera el mismo que luego utilizaban para  trabajar en  tareas, tan duras, como podían ser cavar zanjas al lado de las vías del propio tren.

Vistas desde tren_Bombay-Goa_Playea

Photo by Jayakumar Ananthan on Unsplash

Pasadas dos horas de recorrido, los incansables y sonrientes mirones de mis vecinos de enfrente, no cejaban en su implacable escrutinio  por lo que  decidí levantarme  y visitar  el cuarto de baño aunque sólo fuera por dejar que sus pupilas se relajasen un poco y les dieran un poco de cuartelillo para pestañear. Avancé por el interior de aquel vagón por el que colgaban grandes ventiladores enjaulados y llegué, por fin, a uno de los cuartos de baño que estaba custodiado por una gran puerta corredera.

Quizá fue fruto de mi inconsciencia, pero no dudé en desplazar aquel portón metálico para dejar al descubierto una decoración marcadamente  atemporal… aderezada  con unas estructuras sólidamente oxidadas y un profundo olor “a distinto” que preferí volver a apresar dentro de su recinto, cerrando inmediatamente la cancela. Dejar que alguien más aguerrido que yo utilizase aquel crisol lleno de sensaciones, me pareció la idea mejor valorada.

La vuelta a mi asiento fue escoltada por multitud de miradas y amables sonrisas a las que siguió la de mis imperturbables acompañantes que además rompieron el hielo obsequiándome con unos dulces caseros que llevaban envueltos en paños de distintos colores. Su mirada limpia y hospitalaria a la vez que su infinita insistencia, hicieron que los comiese con enorme gusto y agradecimiento. Yo por mi parte saqué mi cámara y les pregunté si podía hacerles una foto a lo que no solamente lo hicieron encantados sino que además me ofrecieron infinitas posibilidades  para que les hiciera fotos, a ellos y a medio vagón que se asomaba al objetivo con divertidas poses y saludos. Así me despedía de este maravillo viaje en tren con destino en Goa.

Bote en Goa_Bombay-Goa_Playea

Por fin llegué a Goa y tuve que despedirme de ellos, no sin cierta pena, con multitud de cariñosos aspavientos para continuar un viaje que a todas luces estaba resultando definitivamente intenso.

La playa parecía ser el broche perfecto y aquella a la que ahora me asomaba y que me recibía con un cielo claro y alegre, tenía pinta de ser la más adecuada para acogerme a mí y a mis pensamientos durante un tiempo al que, en ese momento, no era capaz de poner límite.