Viajes a la otra parte del mundo: te presentamos Bombay

Bombay, en la India, es uno de los viajes que tendrás que hacer si quieres conocer una cultura y un país que te enamore

La ciudad de Bombay me recibió dormida. Tuve la sensación de despertarla con el sonido del motor del avión en el que aterricé. Llegaba a un lugar por conocer con rutas por descubrir. Era uno de esos viajes que se buscan, viajes que te encuentran, viajes que enriquecen.

La India era mi destino. Me parece importante contar el por qué decidí hacer aquel viaje, “mi viaje”. Todo surgió en el momento en el que descubrí que regateaba la mirada de la gente que me rodeaba. Desconozco el motivo, pero cada vez me volvía más esquivo con el entorno, menos social, más gruñón, en definitiva, un perfecto gilipollas para los demás pero, sobre todo, para mi. Mi insatisfacción con la vida plácida, rutinaria y aburrida que llevaba, empezó a generarme tal desarraigo emocional e insensibilidad afectiva, que comprendí que tenía que tomar, de manera urgente, cartas en el asunto.

En ese momento fui consciente que “mi viaje“, – o casi me atrevería a decir “cualquier viaje” -, no comienza en el momento en el que tomas la decisión de hacerlo, sino en el que tu mente, sea cual sea el estado en el que se encuentre, ya no está en el lugar del que partes, sino en el destino al que quieres llegar; incluso aunque desconozcas cual va a ser éste.

Los preparativos empezaron con el rescate de una vieja mochila (hasta entonces en paradero desconocido) y con la intriga de si su estado de salud la permitiría ser una fiel compañera de viaje. ¡Te encontré…, parece que vales!

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Las siguientes semanas – hasta estar sentado en mi nocturno vuelo a Bombay con escala en Londres – pasaron ante mi como aquellas películas veloces   y monocromáticas de cine mudo que aún hoy, me siguen haciendo reír. El vuelo fue largo, pero no pude pegar ojo ni un solo minuto, ilusionado con la expectativa de verme embriagado por un país donde, según había leído, su sociedad era exótica, vital, colorista y acogedora. No me defraudo, todo lo contrario.

Lo que iba a hacer una vez instalado o cuáles iban a ser mis próximos pasos era una auténtica incógnita. Sólo tenía claras dos cosas: la primera, que no quería marcar ningún programa de viaje, la duración de mi estancia en cualquier sitio quedaría en manos de mi satisfacción con él, y la segunda, que mi periplo mochilero tenía que centrarse en la India más costera.

Y por eso Bombay… Tiene playa, es la ciudad más poblada de la India y algo que me apetecía sentir en primera persona: comprobar cómo es posible una pacífica convivencia en el lugar donde más diferencia social existe de toda la India. Los más ricos y los más pobres del país, cohabitan en la misma ciudad pero en realidades lejanamente  paralelas. Dos realidades, que no se tocan, que tampoco se miran y que, desde luego, no se conocen porque nunca nadie ha tenido  interés en presentarlas.

La ciudad es un caos de movimiento y ruido, donde los coches, las bicis, las personas y las vacas circulan a la vez, sin más regla que la de …“tú estás, yo te esquivo”. El olor es otra característica de Bombay. Fuerte si, desagradable… pues… a veces, pero no inaguantable como otros visitantes  se encargan de proclamar a los cuatro vientos, debido, sin duda,  a su extraordinaria sensibilidad en la pituitaria. “Es la India y es Bombay”… ¿qué quieres, higiene occidental en las calles?… pues me temo que te has equivocado de destino.

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Viajar con las exigencias del punto de partida y no con la realidad del punto de llegada, me parece un error. Viajar en una jaula  embadurnada en asepsia,  te hace alejarte del destino y de sus gentes. No quiero confundiros, tomo precauciones y muchas. No bebo agua que no esté embotellada, no me baño en sitios públicos poco salubres…, en fin, mantengo ciertas precauciones consciente  que la inmunidad de algunos  virus, proviene del simple hecho de haber convivido con ellos durante tiempo y eso no lo puedes salvar con una sola estancia.

Cinco días me bastaron para sentirme integrado en aquella frenética ciudad,  incluso con mi  color de  piel y mis rasgos occidentales.  Comí en sus riquísimos  puestos ambulantes donde reconozco que, la primera vez que vi a uno de esos indios (de uñas mejilloneras) hacer los bollitos rellenos a los que luego me hice adicto,  tuve que pensar en el televisivo Calleja  para decir: ¡… que viva la aventura!  y que si ellos lo comen, pues porqué yo no… Además está guisado (pensé), así que entiendo que muchos bichos no tendrá…, al menos vivos.

Cinco días me bastaron también para conocer sus trenes, pasearme por sus calles e incluso cortarme el pelo, no por necesidad, sino porque me hacía gracia ver sus peluquerías del año 1900 con olor a desinfectante y utensilios descatalogados.

La ciudad ya me había hechizado pero me faltaba vivir su playa y ahí debo reconocer que me sentí desilusionado. Su agua era gris, densa, turbia. Una capa de suciedad  flanqueaba su orilla recordándome que la frenética vida de sus habitantes y su peculiar modo de entender la higiene, dejaría huellas menos atractivas para un visitante. Qué se le va a hacer, nada es perfecto, pero no cambiaría ni un sólo momento de mi estancia en la ciudad en la que Mahatma Gandhi vivió y en la que, incluso, intentó ejercer como abogado sin llegar a conseguirlo.

Ahora tocaba continuar mi viaje en busca de aquellas arenas rojas de mar, teñidas por el sol poniéndose en el horizonte que tantas veces había visto en la pantalla de mi ordenador.